
Claudia era oscura y lánguida. Con un cabello negro lustroso y lacio.
Siempre he sido chaparra, pero la cosa era ridícula antes de entrar a la secundaria (me estiré como 20 cms. el verano entre 6to y 1ro de secundaria, dando el mínimo). Apenas estirándome un poco más alla del 1.20 cms., el lugar al frente de la fila -ordenada por estaturas- en la escuela estaba asegurado para mí, y si acaso de vez en cuando, para otra chaparrita de ojos verdes llamada Gisela.
Uno de esos fines de semana suertudos, crecí un par de centímetros y me moví en la línea de poder hasta el lugar número 6, justo detrás de Claudia. Como ya dije, ella tenía un cabello grueso y brilloso y me dispuse a jugar con el, ya saben, hacer trencitas y enrrollarlo en mis dedos. Cuando separé su cabello con mis dedos, salieron disparados en todas direcciones, tratando de esconderse de la repentina luz, un puñado de animalitos negros. Salté un metro hacia atrás haciendo una carambola de la fila.
No la miré con asco, sino con alarma. Creí que ella misma no sabía que tenía un nido de bichitos en su bonito cabellos, pero el resto de los niños no se hicieron esperar con sus comentarios hirientes. Claudia, aun bajo su piel color miel de maple, se puso de un un rojo intenso y guardó silencio el resto del día. Faltó algunos días después, y no puedo imaginar lo que fue para ella tener que volver y terminar el año.
Ayer, de esas veces que le vienen a una memorias pequeñas escondidas en el psiquis, me pregunté si Claudia me recordará con rencor. Me pregunto si fui la causante de su mayor trauma en la escuela o si ya ni siquiera se acuerda. Espero que sea lo último.
Jamás he visto a Claudia después de 6to año, pero es de esas veces que una se pone a pensar cosas extrañas...